viernes, 5 de febrero de 2016

Capítulo 31

- No me des las gracias, en la situación en la que estamos dudo que podamos salir adelante. - dije apenada, ya que por mucho que amara a Zeev en un momento u otro de nuestro futuro cercano probablemente uno de los moriría en el mejor de los casos, en el peor los dos estamos muertos.

- Lo sé. - dijo

- Zeev, estoy harta de escapar intentando que no me maten. - le miré a sus dorados ojos, ahora cansados y espectantes. - Llegados a este punto me da igual morir. Quiero luchar.

- Estoy contigo. Pero de luchar, hagámoslo bien, démosle en dónde más les duele: el Centro de Operaciones Base. Si le atacamos allí y destruimos aquél lugar estarán bastante dañados. No ganaríamos la guerra pero los dejaríamos en mal estado.

- Lo primero que debemos hacer es encontrar a los demás. ¿Sabes a dónde podrán haber ido?

- Creo que sí, vamos. - dijo haciendo un ademán con la cabeza, agarrando mi mano y comenzando la marcha hacia el lugar en el que probablemente estarán nuestros amigos.

- Espera. - me negué saltándome de su agarre y permaneciendo en el sitio. Me miraba interrogante. Me acerqué a él y le quité la camiseta granate, sucia y rota tal como lo había hecho de la otra vez. Esta vez la herida seguía ahí. Estaba sucia, roja y algo hinchada. Le miré acusadora, ¿cómo no podía siquiera quejarse en vez de callarse y hacer que nada ocurre? - No me pienso mover hasta que ésto se te pase.

- Yumi... No debemos retrasarnos.

- Entonces es que quieres morir de una infección irreversible antes que de que terminemos con los entes despiadados que lo único que buscan es su beneficio y el mal ajeno.

- No es tan fácil matarme.

- En tu situación actual para ellos es más fácil inclúso que arrebatarle un juguete a un niño. Escondámonos en primer lugar.

Le dí su camiseta, la cual se la puso al momento con un gesto de dolor que quiso ocultar y no pudo. Comenzamos a andar en busca de un lugar en donde ocultar nuestra presencia. Parecía un crío, tenía el pelo más alborotado que nunca, la cara sucia y la ropa raída. Sus dorados ojos denotaban dolor. Aun que lo intentará ocultar sus hermosos ojos eran incapaces de mentir. No sé exactamente porqué pero sabía esas cosas sobre él, cosas que ni la amnesia pudo acabar con ellas. Estaba deseando recuperar por completo esa vida vivida en lo que a mi me parecía un sueño paralelo a realidad, cuando era mi verdadera vida. Seguramente es mucho más difícil y dura que todo aquello que he conocido en este tiempo, pero es mi vida, aunque sea la peor del mundo me gustaría recuperar lo que es mío y de una vez por todas dejar de vivir en una mentira.

Al rato de estar caminando por lugares que dudo que haya alguien pisado en años encontramos una casa al pie de una presa, bueno o lo quedaba de ella. Una pared de piedra y su consiguiente trozo de techo se mantenian en pié, lo demás eran escombros esparcidos por el suelo. Todo recubierto por cascadas de enredaderas y vegetales varios, los cuales se habian hecho dueños del lugar con los años. El agua  de la presa se veía corrosiva y nada apta para el consumo humano debido a los vertidos químicos y dañinos de las fábricas cercanas. Era un buen lugar. Los soldados no nos encontrarían en un lugar así. Y podíamos movernos con facilidad en caso de nos alcanzarán allí.

Nos sentamos alli esperando que el tiempo discurriera con rapidez, pero al perezoso tiempo no le daba la real gana de pasar. Allí quietos, sentados cerca el uno del otro, dejabamos que la brisa acariciara nuestra cara y nos llenara los pulmones como si de un día normal se tratara, en un mundo normal, en una vida normal. Ese pensamiento me entristeció en cierta forma, ya que ese en jamás sería mi caso.

- ¿Sabes, Yumi? - comenzó Zeev sobresaltándome y sacandome de mis pensamientos - Hace muchísimo tiempo, de hecho, mucho más de lo que casi pueda recordar, yo viví cerca de un lugar parecido a esto. No lo recuerdo muy bien pero me encantaba escapar de la supervisión de mi cuidadora para venir a un sitio como este para ignorar el mundo que me rodeaba e introducirme en el mío aunque solo fuera por un corto espacio de tiempo. Hasta que mi padre venía a por mí. Adoraba su persona, era noble y todo un capitán. Nunca fuí capaz de odiarlo, a pesar de todas las ordenes que acató. Y ahora está  muerto.

- Zeev...

- No te preocupes, en mi vida casi he visto más muerte que vida, recuerda que soy un ex-soldado de un gobierno corrupto. - sonrió tristemente mientras hablaba - A duras penas distingo en este momento cual de las dos cosas es mejor. - esas palabras hondaron en mi corazón ahogándolo. Apreté los puños hasta sentir dolor en las palmas de las manos al clavarme las uñas. ¿Por qué,  por qué una persona tan buena ha tenido que sufir tanto? Ese pensamiento me resultó familiar aun que llevaba tanto tiempo sintiendo cosas familires, que ya el sentimiento me era más que redundante.

- ¡Me niego! - protesté sobresantándolo. - No pienso dejar que pienses así. La vida es un regalo, y nuestro deber es vivirla. La muerte es la sombra que persigue a aquellos que la temen. Yo la ignoraré y seguiré mi camino, me importa bien poco si me alcanza o no si es que con ello consigo que este mundo sea mejor. - me incorporé y allí en aquel páramo le tendí mi mano mugrienta y sucia. - ¿La ignoraras conmigo y pelearas a mi lado?

Sin dudarlo un segundo la tomó y se incorporó a mi lado. Su postura ya era erguida, su torso volvía a la normalidad y su hermoso rostro ya volvía a lucirse con salud.

- Luché a tu lado una vez, y jamás dejaré de hacerlo. - dijo tranquilo y muy convincente.

Realmente no pude evitar sonreír, tenerle a mi lado me daba seguridad y templanza aunque me estuvieran temblando las rodillas del miedo que daba nuestra aventura.

Comenzamos a andar con fuerzas renovadas a buscar al resto de los rebeldes. ¿Seguirían vivos o habrían sido destripados igual que a Anne? Lo que tenía claro es que no me quedaría sentada a verlo.

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