Me pase varios días investigando un poco aquel lugar, con la ayuda de Julie, ya que no quería despegarse de mi.
Parecía un búnker que se hayaba en un bosque muy espeso. Lo habían camuflado de una manera impresionante. Consistía en una entrada grande y gruesa de metal que te introducía, mediante unas escaleras, bajo tierra. Al acabar los escalones te encontrabas otra puerta gruesa, de seguridad, supuse. Al franquearla entrabas en una gran sala diáfana. En el medio del techo se hayaba como un tragaluz, el cual estaba camuflado en la superficie mediante agua. El tragaluz se encontraba en el fondo de un pequeño lago colindante, era increíble. La sala estaba franqueada por todo puertas de metal, y detrás de cada una se encontraban las distintas estancias necesarias para la vida en aquel lugar.
Ese día nos disponíamos Julie, yo y Lya, una jovencita de procedencia hebrea a la que había conocido en mis primeros días allí, a salir al bosque a que la pequeña me enseñara las plantas y todo lo que tenía que saber para poder sobrevivir en el bosque cuando observé que Zeev se introducía en la única habitación en la que yo no había podido entrar a explorar.
- ¿A dónde va, Zeev? ¿Qué hay allí? - le pregunté a Lya.
- Ese es el laboratorio de Germán. - Yo a ese tal Germán no lo había visto aún, sólo me habían contado un poco de él: que era un viejo huraño, un antiguo científico del gobierno, y que estaba un poco loco. - No sé porqué va allí, supongo que a visitar al viejo. - se encogió de hombros quitándole importancia.
- Vale, pues voy a ver qué va a hacer. - dije ya dispuesta a cruzar el umbral. - Tengo curiosidad.
- La curiosidad mató al gato - oí la voz de Lya a mis espaldas.
"No, a mi no" me negué mentalmente a mi misma. Al franquear la puerta me topé con una habitación totalmente corriente, incluso tenía cierto parecido con la mía. Pero lo extraño es que no había nadie allí, nadie. Lo cual me dejo desencajada ya que Zeev había entrado en aquella estancia segundos antes que yo. Me puse a mirar por las esquinas o por cualquier lado por el que se puede haber escondido una persona de su tamaño.
- Espero que recuerdes que odio que toquen mis cosas, Yumi. - sonó una voz extraña detrás mía, la voz de una persona de edad avanzada. Me giré velozmente y allí plantado como salido de la nada se encontraba un hombre de pequeña estatura y encorvada figura. Su pelo canoso se hayaba despeinado y las arrugas del rostro estaban muy marcadas. Sus ojos castaños se encontraban escondidos detrás de unas gafas redondas. - Sígueme.
Sin mediar palabra se dio media vuelta y atravesó la pared cómo si nada, desapareciendo inmediatamente. Me acerqué a la pared y aproximé la mano con temor para tocar aquella extraña cosa. La toqué, o eso parecía porque sólo sentía que tocaba aire, es decir, no tocaba nada. Franqueé totalmente la pared y apareció ante mí una sala enorme toda llena de artefactos muy modernos. Miré a la pared y desde ésta perspectiva se podía observar que la pared era una especie de holograma proyectado, muy inteligente si no quieres que la gente husmee en tus cosas, sobretodo si tus cosas concierne un laboratorio secreto.
- No toques nada, niña. - me advirtió Germán desde atrás de una máquina. - ¿Estás preparado?
- No. ¿Por qué está ella aquí, Germán? - se oía la voz de Zeev en la posición de el anciano, así que rápidamente fui a ver. Zeev estaba atado a una especie de camilla. Nunca había visto unas tiras como aquellas, tenían pinta de ser durísimas y aguantar mucha resistencia.
- ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué estás atado hay? - pregunté.
- Verás, niña, si no hubieras sido tan... como eres tu, él no estaría así. - soltó Germán dejándome boquiabierta, lo cual provocó que mirara a Zeev en busca de una información más detallada.
- La espada de mi padre contiene una sustancia modificada, la única cosa que si entra en mi organismo, después de unas cuantas horas en él, me hace daño interno. - me explicó Zeev - Germán desarrolló un tipo de antídoto y me lo tiene que inyectar pero produce mucho dolor así que por si me desmadro me quedo aquí atado mientras dura la intervención.
- Decidió él lo de atarse. - dijo Germán. - Bueno, allá voy. - miré para el viejo y tenía agarrada en una mano una jeringuilla rellena de un líquido incoloro.
- ¡No espera! ¡Yumi, sal de aquí! - no me dio tiempo a hacerlo, ya que Germán había hecho caso omiso a las súplicas del joven y ya le estaba introduciendo la aguja en el brazo.
El cuerpo de Zeev se contrajo o por lo menos lo intentó pero se lo impidieron las cuerdas. Su cara tenía una expresión de dolor insoportable. Tuve que apartar la mirada de aquel muchacho y taparme los oídos para no tener que oír sus gritos de dolor ¿Por qué me sentía tan sumamente mal cuando lo veía así? Tenía la sensación de haber visto a este chico sufrir y llorar de dolor en otra ocasión pero ¿Cuándo? ¿Y por qué éstos remordimientos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario